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‘Las sillas’ de Ionesco y el exitoso estreno del nuevo espacio teatral La 4ta Pared

Gerardo Riverón y Marilyn Romero en “Las sillas”, la obra de Eugène Ionesco con la que MarGi Happenings inauguró el nuevo espacio teatral La 4ta Pared. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de MarGi Happenings).
Da gusto llegar a una sala de teatro en Kendall que estrena una obra y se estrena a sí misma, y encontrarla abarrotada de público. Así ocurrió con La 4ta Pared Cultural Arts Center, que, para su temporada inaugural, entre el 7 y el 16 de noviembre, presentó un montaje de “Las sillas”, de Eugène Ionesco.
La propia directora de la puesta en escena, Marilyn Romero, encarna a La Vieja, y Gerardo Riverón es El Viejo, dos personajes incrustados por Ionesco en una torre-isla rodeada de agua, situada a su vez en otra isla rodeada de nadie sabe qué, y a la cual el espectador quizás se pregunte cómo van a llegar esos invitados ansiosamente esperados por la pareja.
Pero en el teatro y en la literatura en general, el absurdo no exige muchas preguntas lógicas. Tanto el autor como los actores parecen decirle al público que el absurdo no está ahí para descifrarlo, sino para reconocerlo. La idea de que el teatro del absurdo presenta situaciones disparatadas es, en sí misma, un disparate, porque, a fin de cuentas, lo que pretende el autor es despertar la intuición adormecida del espectador.
Curiosamente, Ionesco (1909-1994) suele ser reverenciado desde la ignorancia, algo de lo que seguramente el autor rumano-francés habría sacado argumento para otra obra del absurdo. Y resulta lamentable porque con la lisonja superficial perdemos de vista la grandeza de un intelectual que, muy temprano, cuando Jean-Paul Sartre era venerado por la izquierda universal como un prodigio de la razón, Ionesco lo desenmascaró como inconsecuente.

Marilyn Romero, directora del montaje y coprotagonista de “Las sillas”, de Eugène Ionesco. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de MarGi Happenings).
Ante una puesta en escena como la de MarGi Happenings, que ojalá vuelva a la cartelera de La 4ta Pared Cultural Arts Center en los primeros meses de 2026, sobreviene la duda de si se trata o no de una comedia. Y no hay que ir muy lejos. El propio Ionesco decía que “el mundo es una comedia porque es ridículo y porque es trágico”.
Cuando le preguntaban por qué se sentía extraño en la sociedad, respondía que la existencia tenía su lógica interna y que lo absurdo era la existencia misma. “A veces pienso que este mundo fue engendrado por unos demonios que le robaron a Dios la fórmula de la creación y lo hicieron a escondidas”.
Por todo ello, resulta muy difícil establecer límites en su obra entre el drama, la comedia y la tragedia. De hecho, al hablar de sí mismo y de su infancia, el dramaturgo se burlaba del estereotipo que atribuye a los niños una especie de idiotez congénita, oculta en la noción de puerilidad.
“A los tres años quería vender castañas asadas, porque huelen bien; a los tres y medio quería ser policía, y a los cuatro quería ser médico, y no cualquier médico: el médico de mi familia, con barba y todo, como el Dr. Durand; pero siempre quise escribir”, contaba en una entrevista que puede verse en el canal de Archivos de Radio Canadá en YouTube.

Gerardo Riverón interpreta el personaje de El Viejo en este montaje de “Las sillas” de Eugène Ionesco. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de MarGi Happenings).
En aquella entrevista, el dramaturgo cuenta también que, precisamente a los cuatro años, fue llevado por su madre a ver en Luxemburgo una obra de títeres y, como todos los niños se reían, menos él, la madre pensó que estaba aburrido y estuvo a punto de sacarlo de la función. Pero no: “Yo lo que estaba era asombrado, enamorado”, dijo. Y agregaba que su teatro siempre fue eso: unos personajes tirados por hilos invisibles.
DE LA PUESTA EN ESCENA
Lo más notable, cuando esta temporada de “Las sillas” llega a su fin en este nuevo black box de Kendall, es el desafío del espacio. Para recibir a sus “invitados”, los protagonistas apenas cuentan con un estrechísimo pasillo central y se ven obligados incluso a aprovechar los márgenes laterales. Queda claro que el tablado tiene una profundidad considerable, ocupada por la esmerada escenografía de Pedro Balmaseda y Jorge Noa (Nobarte).
La opulencia escenográfica no siempre es un acierto y este es el caso. Si damos por cierto que todos los creadores involucrados en un montaje teatral responden a las órdenes de la dirección, Romero pudo haberle pedido a Nobarte algo mucho menos descriptivo, más sintético, para disponer de un proscenio que admitiera múltiples acciones con los “invitados” y hasta de asientos adicionales que permitieran su interacción deseada con el público. Al descartar la idea de un formato de teatro-arena, pudo haberse gestionado una escenografía que subrayara el trabajo de los actores, incluso de “los invisibles”.

Assad Mardelli como El Lector. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de MarGi Happenings).
Ella y Riverón inyectan a sus personajes una gravedad casi esperpéntica que resalta los momentos cómicos, como si trataran de aprovechar las elusivas fronteras entre tragedia y comedia para que cueste trabajo calificar la representación. Ambos se mueven con naturalidad de lo simpático a lo sublime y de lo sublime a lo ridículo. El resultado termina dándole al montaje un tono desconcertante, que entra en sintonía con la visión del autor.
Sin embargo, como directora, Romero no explota lo suficiente esos diálogos cruzados en los que los personajes se creen mutuamente aludidos, cuando en realidad se dirigen a invitados invisibles. No había forma más clara de representar la incomunicación, leitmotiv de la obra.
El elemento de una escenografía cargada repercute también en las limitaciones que tuvo al mover a los personajes, tanto a los protagonistas como a los invitados invisibles. Considerando que las circunstancias en las que transcurre la acción son delirantes en sí mismas, no había por qué descartar que los invitados vinieran del fondo y no necesariamente del frente.
Eso, de hecho, habría sido una locura coherente para una puesta en escena capaz de atraer al público y de hacerlo salir satisfecho de la sala.
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