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Tragedia íntima hecha comedia en ‘La Señora de La Habana’

Written By Jose Antonio Evora
January 8, 2025 at 2:17 PM

La actriz Marta Velasco en “La Señora de La Habana”, cuya caracterización de la cabaretera en el segundo acto “sobrepasa más de una audacia escénica”. La obra volverá a la Sala Catarsis del Teatro Trail en marzo. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de Sala Catarsis).

A cualquiera le bastaría haber hecho “¿Qué pasa, USA?” para irse a dormir en los laureles. A Luis Santeiro no. Además de ganarse la vida escribiendo en español esa serie de televisión, y en inglés otras como “Sesame Street”, Santeiro es el autor de varias obras de teatro. 

Una de ellas, “La Señora de La Habana”, estuvo varios meses en la cartelera de la Sala Catarsis del Teatro Trail y, buenas noticias, volverá en marzo. 

El personaje que da título a la pieza, Beba (Marta Velasco), acaba de llegar a Miami para reunirse con su hija Marita (Reina Ivis Canosa) al cabo de 20 años de separación familiar. Con ella vino Zoila (Alicita Lora), su antigua criada, una guajira jaranera que Santeiro usa como catalizador de las situaciones más cómicas del primer acto.

Lejos de ser un reencuentro jubiloso, las tensiones acumuladas entre madre e hija salen a flote demasiado pronto. No cuesta mucho trabajo adivinar la razón: Beba, una dama de la rancia aristocracia cubana despojada de todo por el régimen de Fidel Castro, se niega a admitir que ha perdido el control de su vida cuando ya es tarde para reiniciarla, y que escapa de una dictadura para quedar a merced de una tiranía: la de un mundo ajeno donde no será la que manda en su casa.

El segundo acto transcurre diez años después, y ahora las tres actrices encarnan otros tantos personajes, una prima y dos amigas que están velando el cadáver de Beba en la funeraria.

Que la obra no se haya limitado a un solo acto se debe al director de la primera puesta en escena en inglés, Max Ferrá, quien para el estreno en Nueva York le pidió a Santeiro redondear el texto con una segunda parte. A esa demanda se debe que desde entonces podamos disfrutar de una de las escenas de velorio más simpáticas jamás escritas en el teatro cubano.

LA CIRCUNSTANCIA HOSTIL 

Entre risas, el primer acto de “La Señora de La Habana” dice cosas muy, muy serias. Más de una vez he leído que con esta obra Santeiro quiso subrayar el absurdo cotidiano. No creo que esa fuera la intención del autor, ni que el absurdo como tal, a lo Beckett o a lo Ionesco, estuviera en sus planes.

Afiche de promoción de “La Señora de La Habana” (cortesía de Sala Catarsis).

En vez de un enfoque sociológico de los vínculos familiares en situaciones límite, el punto de partida de la obra tiene mucho de esto último sin el peso formal de lo primero. Porque el verdadero tema aquí es el desarraigo forzoso, las secuelas de una fuga largamente evitada por una anciana que no quiere renunciar a la vida como siempre la había vivido, pero llevada a cabo al final ante la gravedad de las alternativas. Los emigrantes suelen ser jóvenes en su inmensa mayoría, pero los exiliados no pueden darse el lujo de elegir en qué momento de sus vidas van a salvarse. 

Beba, en última instancia, representa la tragedia de haber perdido el derecho a cerrar el ciclo de su vida allí donde creía que iba a esperar la muerte. Resistió 20 años para escapar de una circunstancia hostil y represiva antes de someterse a una circunstancia nueva.

Las secuelas más conocidas de una dictadura son la muerte y la represión política. Las denuncias, los análisis y los reportajes suelen remitirse a violaciones flagrantes de los derechos humanos y a evidencias palpables de los castigos del totalitarismo. Pero hay un lado poco visible cuya repercusión en la vida cotidiana, especialmente en las relaciones familiares, es imperceptiblemente traumático. Ese otro lado, germen de frustraciones íntimas y de equívocos lamentables, tiene efectos profundos en el individuo y, por efecto dominó, en la sociedad. 

Ese otro lado casi invisible es el que saca a flote Santeiro con una mirada burlona que se ríe de la verdad, pero no la esconde. En todo caso, la subraya. Por una parte, el autor sabe que no hay mejor forma de llamar la atención que invitar a la risa, y por la otra, parece estar retando al espectador a no dejarse engatusar por lo cómico a la hora de sumergirse en el conflicto de sus personajes. 

Alicita Lora en el personaje de Zoila, la ex criada de Beba que viene con ella a Miami, en el primer acto de “La Señora de La Habana”. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de Sala Catarsis).

La idea de que el sentido del humor nació por la necesidad de enfrentar los trastornos más hondos de la conciencia se enlaza de alguna manera con los resortes del llamado “choteo” cubano, que tan bien desentrañan Fernando Ortiz (en un estudio inconcluso y lamentablemente poco conocido) y Jorge Mañach. Que Luis Santeiro haya planteado en tono de comedia el conflicto de una exiliada condenada al peor de los desarraigos va más allá del choteo, y se inscribe en lo mejor del teatro vernáculo cubano.

Si la comedia “La Señora de La Habana” pone algunos de los ecos más íntimos de la tragedia cubana al alcance de espectadores de cualquier país, es porque lo hace en tono de comedia. Cuando no es así, por desgracia, casi nadie presta atención. 

DE LA PUESTA EN ESCENA

La Sala Catarsis del Teatro Trail es un escenario difícil para cualquier montaje que vaya más allá del monólogo. Los productores, sin embargo, se arriesgaron y le dieron luz verde a este proyecto, que obviamente ha tenido buena acogida de público.

En escena hay solo dos accesos laterales bastante estrechos, un reto para el director, Marcos Casanova. Aunque logra mover a las tres actrices con naturalidad, no pasa mucho antes de que el espectador advierta cuán incómoda es esa limitación. De hecho, se nota demasiado que el uso de video en dos momentos del primer acto es un gesto desesperado, una cuña inevitable, y no un recurso concebido con la idea de aportar novedad al juego de la representación.

En el primer acto, Marta Velasco es Beba, la anciana que viene de Cuba al reencuentro con su hija Marita en Miami al cabo de 20 años separadas por el castrismo. Fotografía: Alfredo Armas (cortesía de Sala Catarsis).

Marta Velasco se las arregla muy bien para lograr que la prestancia y la altivez de Beba no desaparezcan bajo la angustia de sentirse ajena en su nuevo mundo y, al mismo tiempo, que esa paradoja se haga evidente a cada paso. Alicita Lora no escatima recursos cercanos a la farsa para que su extrovertida Zoila esté siempre en las antípodas de Beba, y lo consigue. 

A Reina Ivis Canosa se le va la mano en la gravedad con que asume el rol de la hija obsequiosa, pero resentida, y por momentos se encierra tanto que parece desconectada de la situación. Aunque las evasivas de Marita funcionan bien como líneas del relato, el personaje desconcierta al caer en una solemnidad distante. Quizás sea ahí donde ella y Casanova deban trabajar más con el fin de atar cabos y, como dice él, “eliminar mejoras”.

En el segundo acto, sin embargo, tanto Reina Ivis (ahora en tono farsesco) como Alicita y Marta dejan al público con ganas de seguir viéndolas. Cuando Max Ferrá le pidió a Santeiro escribir esta segunda parte, no tenía idea del desafío que el autor iba a plantearles a las actrices, algo de por sí ya encomiable en la obra.

Las tres consiguen escenas memorables. Valga destacar en esta parte los trabajos de Reina Ivis y, sobre todo, el de Marta, cuya caracterización de la cabaretera sobrepasa más de una audacia escénica. Desde la peluca hasta el vestuario; desde las expresiones de asombro hasta los silencios; desde las miradas furtivas al sarcófago hasta los diálogos aprensivos con las otras dos mujeres, en especial cuando dice “el verdadero nombre” del lugar donde vive, Marta disfraza la fragilidad de una “estrella” venida a menos en orgullo de supervivencia, como si supiera la gracia que da, pero negándose a pasar inadvertida.

“La Señora de La Habana”, regresará al Teatro Trail en marzo, con funciones los domingos 9, 16, 23 y 30, a las 5 de la tarde. Para más información, visite  www.teatrotrail.com

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