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La lectura de un poemario de Carlos Pintado y la persistencia de una fragancia

Written By Ahmel Echevarria
April 21, 2025 at 8:06 PM

El escritor cubanoamericano Carlos Pintado, en la presentación de su poemario durante la Miami Book Fair de 2024. Fotografía: Ahmel Echevarría (cortesía)

Se desplegaba con amable intensidad el mediodía en Lincoln Road cuando lo vimos. Carlos Pintado también nos vio. El intercambio de miradas duró lo que ordena el sentido común si no hay trazas de amistad o el vago recuerdo de haber coincidido sabe Dios dónde.

El siguiente encuentro no sucedió en uno de los salones de la Miami Book Fair 2024, pero ese es el que importa ahora y aquí, porque se presentaría la edición bilingüe del poemario “Música para cuerdas de bambú” (Sundial House, 2024) del poeta, ensayista y dramaturgo cubano nacido en Pinar del Río en 1974. La traducción al inglés estuvo a cargo de Lawrence Schimel.

Primero aconteció el saludo. A lo largo de la conversación, antes de que Pintado fuera a la mesa de presentaciones, en nuestro grupo sentimos un aroma sutil y a la vez rotundo: Versace. Tras desearle suerte, advertimos que en nosotros persistía el perfume. Olíamos a Carlos Pintado.

“Pocas veces rozamos la belleza unos instantes”, afirma Carlos en este libro cuyos textos parecen abandonar la noción del poema en prosa para arribar, y de nuevo alejarse, de la forma e intensidad de la minificción y regresar a la prosa poética.

En los rostros de no pocos asistentes es posible advertir una suerte de efecto del Síndrome de Stendhal mientras Pintado lee fragmentos de su poemario. La belleza, sí, entreverada en la rutina de la vida cotidiana, destacándose entre lo anodino del hogar, el interminable viaje en tren, la ciudad, un montecillo atravesado por un río; o en lo atroz del suicidio, la traición, el desamor.

Los escritores Carlos Pintado, Lizette Espinosa y Germán Guerra en la presentación de sus poemarios en Miami Book Fair 2024; modera la escritora y actriz Rosie Inguanzo. Fotografía: Ahmel Echevarría (cortesía).

Es la belleza febril, fugaz, fidedigna que transcurre en la calma del exilio, en la huida por preservar algo más que la vida, en una calleja oscura donde acontece la cita pactada con un amante, el cerezo en flor, un ave, el tañido de una campana, una habitación, o sobre “la piel ungida en aceites” y en el olor del mar de “la noche y Lincoln Road”.

Los anteriores, junto a otros elementos, se alternan a lo largo del poemario. ¿Son acaso como las sobrias y en ocasiones agudas notas ejecutadas en instrumentos musicales folklóricos como la valiha o el kulibit?  Es la vida, cuál largo concierto interpretado golpeando las cuerdas de un idiocordio, cuyo sonido se amplifica, Eros y Tánatos, y se extiende dentro del cuerpo, suerte de caja de resonancia.

“(…) el chasquido final de la trompeta que apenas escuchamos una vez; nunca dos veces sin preguntarnos por qué la devastación, por qué estas vigas creciendo donde un amor y otro suponen un árbol, un país que no queme como un fuego entre las manos”, nos dice Carlos en “El poema de Ellis”.

Eros y Tánatos se alternan entre la mesura y la desmesura, en la naturaleza de los individuos y la que los rodea, entre el destino y la memoria, la palabra, la razón y el orden, incluso el orden del caos. Da igual la geografía disímil de la que Pintado echa mano, da igual el sujeto (poético) que Carlos ha pintado en el texto.

Hay un sentido de unidad donde prisión ergástula y espada, piedra y fuego, sonido y seda, estío, río, ritual y lámpara, entre otros elementos más de una vez utilizados, son reunidos para algo más que la contemplación. ¿Son acaso objetos dispuestos en un espacio tokonoma imposible? La quietud es aparente. En cada texto el deseo es el combustible que va desplazando el punto de equilibrio hacia el instante siguiente donde ya no habrá vuelta atrás.

“El deseo, en la noche, es un pétalo amargo”, nos dice Pintado en el poema. En la memoria del sujeto poético están suspendidos los recuerdos cuál escenas posteriores al Big Bang, o a la performance de una big band. “Había jurado mil veces no repetir esa historia de cuerpos perdiéndose en las sombras, morder un labio, tener conciencia de que todo comienza y acaba en ese sitio, en ese instante, un guion inevitable. El deseo, pensé, su extraña pulsión.” El deseo otra vez, sí.

Portada del libro de Carlos Pintado “Music for Bamboo String / Música para cuerdas de bambú” (Sundial House, 2024), edición bilingüe traducida por Lawrence Schimel. Fotografía: Ahmel Echevarría (cortesía).

Mientras en la sala de presentaciones Carlos leía, veíamos el efecto de su poesía en ciertos cuerpos: varones altos, delgados, algunos rapados.

Leía Carlos y los muchachos en flor suspiraban. Sonreían tras la complicidad de un susurro dicho al oído del acompañante, incluso tomaban fotos; al menos yo imaginaba cuánto deseaban revivir y nombrar: ¿lo aparentemente fútil y perecedero, lo inevitable ante la tiranía del deseo? Sí, ese acto hermoso y efímero que hubo de silenciarlos —digo parafraseando a Pintado.

Un sustantivo se repite a lo largo del libro: cosa. Es una marcada propensión o gesto definitivo en el momento de nombrar ciertos objetos, acciones, estados de ánimo. ¿Ambigüedad, (in)capacidad de condensar, repetir y relacionar lo innombrado, lo difuso, lo inasible? ¿Renuncia consciente a la precisión, ya sea porque no puede o no quiere nombrar con exactitud?

Lo que el poeta no alcanza a representar en toda su magnitud al interior del lenguaje, puede regresar en tanto imagen como un ente opaco, perturbador. Fuerza muda, inquietante, prelingüística, pensarían quizá Freud y Lacan. “Estamos hechos de cosas simples, pensé; cosas más o menos humanas, repetidas hasta el cansancio”, afirma Pintado en el poemario.

“Música para cuerdas de bambú” es una suerte de cartografía del cuerpo cuál máquina siempre deseante. “He venido para repetir una historia, para tener una conciencia, apócrifa, del deseo”. ¿Acaso este fragmento de ‘Un manzano en Nashville’ se ajusta a cuanto les inquietaba a los muchachos que en la sala escuchaban a Carlos?

Al final de la presentación, todos todavía teníamos el Versace de Carlos fijado a la piel. Su fragancia nos sigue acompañando. Definitivamente, el cuerpo es un país que no debería quemar como un fuego entre las manos.

 

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