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De emperadores y pecados: antológica entrega de la New World Symphony

Written By Sebastián Spreng
October 21, 2024 at 10:21 AM

Stéphane Denève y Danielle de Niese. Fotografía: Alex Markow (cortesía de NWS).

Genuina hazaña la de New World Symphony (NWS) al programar dos óperas inusuales en una velada, máxime teniendo lugar en Miami, donde el panorama lírico cada año pinta más árido y desalentador.

Obligado sello de aprobación para esta apuesta por atreverse – dentro de esta temporada que conmemora el octogésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto – con dos títulos para una audiencia, a menudo incómoda si no renuente ante lo desconocido, que asistió absorta (o desconcertada) frente a esta antológica velada en su sede end miami Beach.

Productos de la década 1933-1943, “El emperador de la Atlántida” (o “La muerte desobedece”) de Viktor Ullmann y “Los siete pecados capitales” de Kurt Weill, constituyen testimonios artísticos y políticos de una era nefasta firmadas por compositores que en circunstancias muy diferentes morirían demasiado jóvenes (46 y 50 respectivamente). Weill de un infarto durante su exilio americano y Ullmann, exterminado en Auschwitz. Este fin de semana se cumplía el aniversario de su muerte en la cámara de gas.

Piezas de fuertes rasgos alegóricos ensambladas en un arriesgado “ying-yang” programado por Stéphane Denève, son óperas épicas ejemplares al servicio del texto enraizadas en la tradición del “Singspiel alemán” enfatizando elementos del cabaret berlinés, jazz y klezmer, entonces etiquetados como “Arte Degenerado” e ideal complemento musical de las mordaces pinturas de Otto Dix y George Grosz.

Muestras irrefutables de la resistencia espiritual frente a la barbarie y del arte floreciendo en pleno caos. Ullmann compuso internado en Terezin, siniestro “campo de concentración modelo” que servía de pantalla al régimen poblado de artistas e intelectuales en la estación previa al exterminio contrastando con Weill refugiado en París, a punto de emigrar a Estados Unidos con su musa Lotte Lenya.

Si Weill contará con los textos del ácido Bertolt Brecht, deleitado en plasmar Los siete pecados capitales, Ullmann tendrá como libretista al joven checo Peter Kien (1919-1944), gran dibujante, poeta y escritor, con un argumento de originalidad y osadía pasmosas.

Der Kaiser von Atlantis. Fotografía: Alex Markow (cortesía de NWS).

Cuesta imaginar atreverse en ese ámbito con la sátira del Emperador “Overall” declarando la guerra universal (ese año Goebbels declaró “Total Krieg”) desatando un “todos contra todos” donde la muerte indignada abdica su tarea ante el decreto imperial para regresar con la condición de llevarse primero al emperador. Demás aclarar que los nazis se avisparon, cancelaron su estreno y apuraron la deportación de ambos a Auschwitz. La partitura fue  salvada por un bibliotecario y recién se estrenó en 1975.

Astuta y efectiva, su orquestación pequeña por razones obvias, a primera audición quizás tortuosa e intrincada, conlleva una miríada de citas escondidas pero reconocibles, desde Hindemith y sus maestros Schönberg y Zemlinsky a el Mahler de “La canción de la tierra”, el Weill de “La  canción de la inutilidad del esfuerzo humano”, al “Wozzeck” de Berg, las fanfarrias de “Petrouchka”, las ninfas de la “Ariadna straussiana, la bruja de “Rusalka”, una tradicional canción de cuna hasta el himno alemán distorsionado y un sublimado coral de Bach final.

En las antípodas, “Los siete pecados” resulta un paseo por la vastedad americana. Cuidado que puede salirse de las brasas para caer en el fuego cuando Brecht desnuda los riesgos y desventuras que implica el sueño americano descripto en el extenuante periplo de siete años por las hermanas (una en dos) por siete ciudades enfrentándose a los siete pecados a fin de comprarse una casita en Louisiana. La fascinación y desilusión con la cultura urbana estadounidense dibujada musicalmente por Weill por un nostálgico clarinete o el cuarteto familiar que a modo de coro griego comenta, reprocha y exige a las hermanas, son sólo facetas de este feliz híbrido escénico (ópera-ballet para Lenya y la bailarina Tilly Losch, producida y dirigida por George Balanchine en su estreno parisino de 1933) cuyo derrotero interpretativo abarca artistas de amplio espectro.

Desde la original de Lotte Lenya seguida por la antológica Gisela May hasta Milva y las más académicas von Otter y Stratas en el film de Peter Sellars, todas aportan enfoques valiosos. La NWS contó con la versátil Danielle de Niese encarnando la cantante y la bailarina, es decir las dos Annas en una puesta deliberadamente kitsch dirigida por Bill Barclay. En un verdadero “tour de force”, de Niese hizo un trabajo modélico, dominando cada faceta vocal y escénica. La demandante familia fue encarnada convincentemente por Balke Denson, Ricardo García, Lucia Lucas y Logan Wagner.

Vale destacar que tanto “Los siete pecados” como “El Emperador” recibieron versiones ejemplares gracias a un equipo creativo de primera línea. Curiosamente la operita de Ullmann resultó incluso más “brechtiana” que la de Weill-Brecht debido al perfecto alineamiento con la estética del escritor: el teatro aleccionador para pensar y reflexionar, entretener con el suficiente distanciamiento como para no emocionarse demasiado y “perder la cabeza”.

Danielle de Niese. Fotografía: Alex Markow (cortesía de NWS).

Bajo la dirección del visionario Yuval Sharon – encargado del próximo “El anillo del nibelungo” en el MET – y Alexander Gedeon se acudió a títeres, proyecciones y dibujos de modo tan ascético y efectivo que resaltó tanto el mensaje como el lugar donde se originó. Asimismo, estupendo el equipo vocal especialmente Emmett O’Hanlon, Chauncy Packer y Freddie Ballentine, tres nombres para recordar.  Sibyl Wickersheimer, Yuri Okohana-Benson, Yuki Link y Wilberth Gonzalez responsables de este atemporal ámbito escénico donde el espeluznante pasado predice un futuro aún más inquietante. En el final, en sombras chinescas, el elenco vuelve a sus literas en las barracas, de donde salió para representar esta mascarada. Todo dicho.

Sería injusto no destacar el aporte de Stéphane Denève y los becarios de NWS, aprovechando entrenarse en un género distinto y exigente, disfrutando de un desafío que resolvieron espléndidamente evidenciado en cada acento, frase y variación.

Si hace años NWS marcó un hito con “El castillo de Barba Azul” de Bartok, este concierto se inscribe en otra de sus bienvenidas, imprescindibles “rarezas”, radiografías de un periodo histórico que conforman un canto a la resiliencia del hombre siendo obvio llamado de atención. Obras comprometidas con su tiempo desgraciadamente hoy más vigentes que nunca.

El próximo concierto de NWS, el sábado 26 en el Arsht Center, contará con “Los planetas” de Holst, el preludio de “Tristan e Isolda” y las “Variaciones sobre un tema de Rachmaninoff” con Alexander Malofeev dirigidos por Molly Turner y Xian Zhang.

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