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‘Lasting Impressions’: El sueño de un profesor de historia del arte

Written By Jose Antonio Evora
June 8, 2021 at 5:25 PM

‘Lasting Impressions’: El sueño de un profesor de historia del arte

“El almuerzo de los remeros” (1881), de Pierre-Auguste Renoir, es uno de los lienzos que cobran vida en “Lasting Impressions”. Fotografía: Princeton Entertainment Group (cortesía)

Las fotos que acompañan este artículo no le hacen ni podrían hacerle justicia a “Lasting Impressions”, o “Impresiones Perdurables”, un espectáculo donde más de un centenar de obras de arte nos asaltan como si estuvieran vivas.

El sitio de internet de Artburst Miami debería verse en 3D, y los lectores tendrían que usar los espejuelos necesarios, para que las fotos acercaran al espectador al verdadero sentido del show, que tuvo su estreno mundial el 19 de mayo en el Adrienne Arsht Center for the Performing Arts, del downtown de Miami, donde podrá verse hasta el miércoles de la semana próxima, 16 de junio.

Son más de 100 obras maestras de 14 pintores impresionistas franceses, presentadas en una versión digital que las pone en movimiento con técnicas holográficas. Pero un movimiento tenue, porque ni los personajes salen caminando ni los objetos cambian de posición, excepto dos o tres nubes y alguna que otra corriente de agua. Ocurre más bien como si sobre cada uno de los escenarios originales soplara un viento sutil que los hace vibrar mientras escuchamos música.

VIDEO: LASTING IMPRESSIONS: THE 3D LED EXPERIENCE

Con las pinturas de Paul Cézanne, Claude Monet, Georges Pierre Seurat, Vincent Van Gogh, Edgar Degas, Camille Pissarro, Edouart Manet, Paul Gauguin y Gustave Caillebotte se funde unas veces la música de Claude Debussy y Maurice Ravel, y otras las canciones de Edith Piaf, Charlos Aznavour o Nana Mouskouri. A juzgar por los estándares de los siglos 19 y 20, la fórmula es demoledora. Veamos qué le falta para que sea tan atractiva en pleno siglo 21.

A diferencia de lo que anuncian las promociones, este espectáculo no muestra cómo los pintores impresionistas franceses veían en la segunda mitad del siglo 19 aquellos paisajes y aquellos escenarios gracias a una técnica novedosa capaz de animarlos. En última instancia, ellos vieron lo mismo que habríamos visto nosotros si hubiésemos estado en su posición.

Lo que hicieron los impresionistas franceses fue transformar aquellas visiones en retratos del pensamiento, no de la retina. Convirtieron las percepciones en ideas, y las representaron; las pasaron por el tamiz de la inteligencia y las llevaron más allá de un calco de los estímulos sensoriales.

El historiador de arte francés Jean Cassou decía con razón que la pintura de Cézanne es ‘un verdadero pensamiento en acto’. Y para uno de los genios aquí reunidos, Pierre-Auguste Renoir, “la plasmación de la luz sobre el cuerpo es más importante que la descripción de su forma”.

Los productores de este espectáculo, Princeton Entertainment Group, se asociaron con equipos de 3DLive y Northern Gateway Films para usar lo que llaman tecnología digital ‘inmersiva’, una palabra que se impone por su utilidad, aunque no haya sido aceptada por la Real Academia Española. Básicamente, la técnica permite que los espectadores hagan una ‘inmersión’ en las pinturas. Que dispongamos de pantallas de altísima resolución cada vez más precisas, en este caso de 4K (4,000 píxeles de resolución horizontal), con imágenes capaces de cuadruplicar lo que ya conocíamos como alta definición, viene abriéndole paso hace rato a esta nueva forma de entretenimiento.

En vez de sentarse en las tradicionales lunetas en la Ziff Ballet Opera House del Adrienne Arsht Center, los espectadores recogen los espejuelos 3D y son llevados directamente al escenario del teatro para ocupar sillas dispuestas de dos en dos, y separadas cumpliendo los protocolos de la pandemia. Al fondo, tres pantallas de 75 pies de largo cada una, formadas a su vez por televisores compactos, permiten que cada persona quede de frente o con muy poca inclinación con respecto a las imágenes.

Las palabras introductorias se escuchan en la voz de la bisnieta del pintor Pierre-Auguste Renoir y nieta del cineasta Jean Renoir, la actriz Sophie Renoir. El espectáculo dura cerca de una hora.

Así como a la historia del arte le sobran unos cuantos ismos, hay dos o tres que no podrían faltarle, y uno de ellos es el impresionismo. Esta es la escuela que marca como ninguna otra un antes y un después en la pintura; quizás el momento en que las técnicas se pusieron de lleno por primera vez al servicio del pensamiento más que del talento y de la observación virtuosa.

No sería correcto decir que el impresionismo nació con la célebre exposición de 1874, organizada en el estudio parisino del fotógrafo Nadar por la Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores, que era en esencia un refugio de insurrectos divorciados de la academia. Ya venía fraguándose desde antes, en las nieblas de Londres y en los primeros atrevimientos de Monet. Hay algo de espíritu científico aplicado al arte en eso de amaestrar el impacto de la luz y de los colores.

La audacia de pintar algo diferente a lo que se ve fue un paso enorme, y les costó el latigazo de la inercia. Ante el lienzo cuyo título terminaría dándole nombre a este ismo, “Impresión: sol naciente”, de Monet, el crítico Jules Castagnary escribió en el periódico Le Siècle: “Son impresionistas en el sentido de que no representan un paisaje, sino la sensación que produce el paisaje. La palabra en sí misma ha pasado a su lenguaje: en el catálogo, el amanecer de Monet no se llama paisaje, sino impresión. Así se despiden de la realidad y entran en el reino del idealismo”. Pero el latigazo llevaba en sí mismo el desconcierto de la crítica y la admisión de un descubrimiento.

“Lasting Impressions” es, hoy por hoy, el sueño de un profesor de Historia del Arte porque, así como la tecnología instrumentó un camino para convertir la pantalla en escuela, Princeton Entertainment Group y el Adrienne Arsht Center la están usando para tender hacia los nenúfares de Monet y las bailarinas de Degas un puente que ojalá puedan cruzar todos los estudiantes; en primer lugar, obviamente, los de esta especialidad. Propiciar el deslumbramiento es una forma de alimentar la curiosidad.

La única insatisfacción que escuché al salir me la dijo mi hija Rebeca: ‘Es bonito, pero el de Sebastián es mejor”. Se refería al estudio 3D que ha armado en su cuarto uno de sus hermanos y donde, practicando la inmersión digital, hemos visto obras de arte de grandes maestros de la pintura. “En el de Sebastián puedes caminar dentro del cuadro”, me dijo luego como si fuera algo muy obvio, con la misma naturalidad con la que hablo yo de caminar en una galería. 

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