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INSPIRADO FINAL PARA EL MAINLY MOZART FESTIVAL

Written By Sebastián Spreng
June 14, 2023 at 3:59 PM

Risa Hokamura, Alexander Hersh y Marina Radiushina, directora artística del festival. Fotografía: Sebastián Spreng (cortesía)

El concierto final de la trigésima edición del tradicional Mainly Mozart Festival que se celebró en Coral Gables y Miami Beach estuvo a cargo de la ascendente violinista Risa Hokamura, el violoncellista Alexander Hersh (perteneciente a la cuarta generación de instrumentistas de cuerdas a cargo de un cello G.B. Roggeri) y la pianista Marina Radiushina, directora artística del festival.

Además de su probada musicalidad y continua presencia en escenarios locales, merece destacarse la selección de solistas que la pianista ucraniana hace cada temporada para conformar este festival que sobrevive contra viento y marea y que marca el corolario de la temporada oficial de música miamense. Jóvenes artistas en algunos casos consagrados (vale nombrar al sensacional violista Richard O’Neill hace dos temporadas) y otros en vía de consagración que se valen de la plataforma que se les ofrece para cimentar su reputación.

Este año el festival tuvo lugar durante cinco fines de semana entre mayo y junio, contando con la participación de solistas debutantes, el caso del violinista William Hagen y los ya mencionados del último concierto, así como otros que regresaron. Tal es el caso de la violinista Liana Gourdjia o el siempre confiable Amermet String Quartet.

En la Miami Beach Community Church, un recinto conveniente que por su ubicación y acústica debería tenerse en cuenta para más conciertos, la tarde abrió con el familiar “Passacaglia para cello y violín” Op. 20 de Johan Halvorsen (1864-1935). Basándose en un tema de Handel, el compositor, director y violinista noruego, que en 1894 trabajaba con la Orquesta de Bergen, adaptó para violín y viola (o cello) la suite para clavecín (HWV 432) del compositor alemán.

Es un duelo brillante que adquirió justa fama y que sirvió de introducción vigorosa para la velada de cámara a cargo de Risa Hokamura y Alexander Hersh. Ambos intérpretes “dialogaron” mientras competían en dinámicas y escalas con el ímpetu fogoso de la juventud, sin olvidar el virtuosismo que la pieza requiere.

Dos piezas pertenecientes a los risueños “Humoresques”, el Opus 101 de Antonin Dvorak y el cuarto del Opus 87, de Jean Sibelius desfilaron para lucimiento del cello y violín respectivamente acompañados por Radiushina. Si bien estos bombones musicales, así como los comentarios de cada intérprete hubieran funcionado mejor como bises, sirvieron como descanso y aperitivo entre el intrincado “Passacaglia” de Halfvorsen y el trío de Mozart que completaría la primera parte.

En este delicioso “Segundo Trío en Sol mayor K 496” se tuvo a los tres solistas en balanceado conjunto para esta obra del Mozart más vienés y más maduro (que en su excepcional caso se traduce a sólo 30 años) de evidentes ribetes operísticos, compuesto después del estreno de “Las bodas de Fígaro”. En su elegancia y fluidez, en su contrapunto que evoca a Bach y Handel, y en los, para entonces, adelantados súbitos cambios de humor, fueron vehículos para el trío que se deslizó fluido bajo la elocuente regencia de la pianista, dando paso por turnos a las innovadoras participaciones del cello así como el violín.

El plato fuerte del recital fue, como cada vez que se interpreta, el “Trío 1 en re menor Op. 49” de Mendelssohn, otro genio desaparecido tan prematuramente como Mozart y Schubert e injustamente relegado por no “ser suficientemente profundo”. Otra ridiculez de los críticos de la época que tuvo eco hasta nuestros días, aunque Schumann lo proclamara como “el Mozart del siglo XIX”.

En este trio sublime, el espíritu romántico campea y desborda con una fuerza y belleza indómitas equiparable a las grandes piezas camarísticas del período, aquí es donde Mendelssohn se equipara indiscutible con las alturas y abismos de un Brahms o un Schubert. Pleno de un lirismo que abraza al espectador envolviéndolo en los temas desarrollados por el cello inicial, voz cantante como sedoso vector, y la pasión contrastante del piano cuya melancolía se une al violín para conjurar una melancolía tan invasora como balsámica. Los tres intérpretes se sintieron con una comodidad y confianza superiores, amén de una calidez y camaradería que plasman el espíritu de la obra fehacientemente. Entusiasta conclusión que por agotadora no dió lugar a bises.

Ahora, solo queda esperar la próxima edición de un festival señero que no debe faltar en la temporada oficial de música clásica en Miami.

 

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