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Flamenco Sefardí: donde las similitudes se transforman en algo personal

Written By Griselda Ortiz
January 30, 2020 at 7:43 PM

“Flamenco Sephardit” ofreció su séptima edición en el templo Emanu-El de Miami Beach. Fotografía: cortesía de Siempre Flamenco.

La séptima edición de “Flamenco Sephardit” (en español, sefardí o sefardita) tuvo lugar la pasada noche de domingo en el templo Emanu-El de Miami Beach. Desde 2014, artistas de diferentes procedencias y antecedentes musicales se reúnen para enviar un mensaje de paz, tolerancia, amor y belleza a través de la música.

El grupo de nueve artistas, que literalmente hechizan a la audiencia durante su presentación, está integrado por una cantante operática, un cantaor y guitarrista flamenco, una bailaora, un bailaor, un guitarrista clásico, una violinista y una chelista clásicas, un rabino cantante y un percusionista flamenco.

Sin duda alguna, es una mezcla rara. Tal vez también puede parecer una opción no muy tentadora para una noche de domingo. El sitio de internet de la producción carece de atractivo, luce anticuado y la información es bastante pobre pero las palabras flamenco y sefardí juntas en el título despertaron mi curiosidad.

Lo comenté con mi hija y decidimos ir a explorar. Porque yo no asistí a la función de “Flamenco Sephardit” para escribir esta reseña. Fueron dos razones personales las que me llevaron allí.

Una de ellas es que la historia del flamenco sefardí es una historia de exilio, como la mía y de tantos en nuestra comunidad. La otra razón es que mi única hija hace unos años decidió convertirse al judaísmo. Por primera vez en nuestras vidas existía un espacio que no compartíamos.

Los judíos españoles, conocidos luego como sefardíes, fueron expulsados de España en 1492. Pocas pertenencias les permitieron llevar consigo, pero no pudieron quitarles el enorme bagaje cultural hispano del que eran dueños por derecho y antigüedad.

En la diáspora sefardí, casi en secreto y preservadas en el seno de la familia, conservaron su lengua, costumbres, recetas, refranes, música y la añoranza y amor por su hogar perdido. ¿Suena conocido?

Al entrar a la sede del espectáculo, no sabía lo que iba a encontrar, pero en el escenario preparado para la función todo era familiar: las sillas simples de madera en semicírculo, las guitarras y el cajón flamenco.

Cuando entran los artistas, vienen mujeres de vuelos y mantillas, hombres de chaleco y pelo largo, otro con una kipá. También dos muchachas vestidas de negro como instrumentistas de una sinfónica.

Rompe la música y todos los ecos del medioevo español resuenan en un templo judío en pleno siglo XXI en la noche de Miami Beach.

La primera pieza del programa es “Las Estreyas”, una canción de amor de la tradición ladina que fue interpretada a dos voces y en dos estilos: el clásico operático de la mezzosoprano Audrey Babcock y el aflamencado del cantaor Paco Fonta y su guitarra española. 

Poco a poco todos los instrumentos van incorporándose. Primero, la segunda guitarra tocada magistralmente por Michel González. Se suman las cuerdas del violín de Katherine Kobylarz y, ¡Oh!, el chelo de Chava Appiah. El tempo y la tesitura de las notas de Appiah aportan gran profundidad a las composiciones tanto ladinas tradicionales como hebreas. Pura belleza.

El programa va intercalando, en realidad casi superponiendo, piezas ladinas, españolas y cantos rituales hebreos. En las canciones que se entonan para celebrar el Shabat y las fiestas judías más importantes, fragmentos de la letra se cantan en hebreo y otras partes en español o en ladino. A veces en medio de una pieza ritual hebrea irrumpe, casi como lamento, la voz doliente del cantaor. “Avinu Malkeinu”, dice en hebreo, pero es flamenco puro.  

Por momentos es la guitarra española quien se adueña de la melodía hebrea “aflamencándola”. De fondo, el ritmo continuo del toque del cajón flamenco y las palmadas, españolísimas, marcando todo el tiempo la cadencia.

La interpretación de “Cuando el rey Nimrod”, una de las canciones más famosas y antiguas escritas en ladino, es electrizante. Luego de una hermosísima introducción de guitarra española, entran el chelo, el cantante y el violín logrando una fusión perfecta.  

El alma andalusí y flamenca se revela en la danza intensa de Celia Fonta y Jorge Robledo quienes lo dan todo en el escenario: profesionalismo, pasión, técnica y entrega absoluta. Pero el duende lorquiano aparece cuando el percusionista José Moreno se levanta y deja el cajón para cantar y bailar. Moreno desnuda su alma en el escenario y literalmente lo saca todo.

“Flamenco Sephardit” es un espectáculo absolutamente cautivador donde se canta y se toca la música como se vive en un espacio multicultural. Estos artistas nos demuestran que la existencia de un mundo inclusivo, donde todos tenemos algo valioso que aportar, es totalmente posible.     

La vitalidad y fuerza de estas tradiciones conservadas por siglos, transmitidas de generación en generación, llevadas de exilio en exilio son una historia de supervivencia.        

Los judíos sefardíes perdieron su casa, España, en 1492, pero jamás la olvidaron. En la diáspora la llamaban Sefarad, patria lejana, siempre añorada. 

En esa historia compartida de Sefarad, tierra donde convivieron moros, judíos y cristianos durante siglos, nos encontramos mi hija y yo. Medio en hebreo, medio en español, quizás ladino. No importa, porque como dijo el Maestro Jeffrey Eckstein al presentar “Flamenco Sephardit”, son muchas “las tantas similitudes que nos unen”.

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