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DEL TEATRO AL CINE, ‘EN EL BARRIO’ PIERDE TERRENO

Written By Jose Antonio Evora
July 8, 2021 at 1:45 PM

DEL TEATRO AL CINE, ‘EN EL BARRIO’ PIERDE TERRENO

Anthony Ramos como Usnavi y Melissa Barrera en el rol de Vanessa en una escena de “In The Heights”. Fotografía: cortesía de Warner Bros.

A un mes del estreno simultáneo en salas de cine y en HBO Max, la película “In The Heights” (En el barrio) se conoce menos por su calidad cinematográfica que por el debate desatado en torno al color de la piel de sus actores y hasta por haber eliminado la referencia al expresidente Donald Trump en una canción. Pero lo cierto es que ni eso, ni las comparaciones con la obra teatral que le dio origen, ni el análisis de las circunstancias en las cuales se basa la historia original, pasan de ser un contexto insuficiente para calificarla.

Porque una película es, a fin de cuentas, una película.

Mas allá del interés que despiertan en nuestro público, ni la obra original ni la película son ajenas a Miami. Un compositor, arreglista, director musical y orquestador local aparece en los créditos de la producción de Broadway y en el filme: Alex Lacamoire, graduado de la New World School of the Arts del downtown de Miami. Lacamoire trabajó también con Miranda en “Hamilton”, la revista Playbill lo ha llamado “el arma secreta detrás del sonido épico” de ese superéxito.

“In The Heights” no es, como algunos suponen, posterior al superéxito de Broadway “Hamilton”, que en 2015 consagró al creador de ambas obras, Lin-Manuel Miranda. Antes de llegar al cine bajo la dirección de Jon M. Chu, “In The Heights” fue un musical que le dio a Miranda su primer Premio Tony en Broadway cuando subió a escena en 2008. Ese mismo año los estudios Universal iban a producir la versión cinematográfica, pero el proyecto se atascó en sucesivos accidentes que lo llevaron a manos de Warner Bros y que terminaron con la suspensión del estreno el año pasado por culpa de un accidente mayor: la pandemia.

Miranda, autor de la historia, y también de la letra y la música de las canciones, es hoy por hoy una especie de Rey Midas de la escena. Sin embargo, en su primer fin de semana, el filme no recaudó entre 15 y 20 millones de dólares, como se esperaba, para quedarse en apenas 11.4 millones. Producido a un costo de $55 millones, el largometraje no había llegado a los 40 millones en taquilla, y este fin de semana largo las ventas de boletos en Estados Unidos y Canadá se quedaron por debajo del millón y medio de dólares, según la firma especializada Comscore.

DE PELICULA

La gente va al cine o se conecta a cualquiera de los servicios de streaming para ver una película, y cuando termina sabe si le gustó o no le gustó. Al menos en mi caso, y no creo ser una excepción, puedo salir del cine convencido de que vi cosas memorables en un filme que no me gustó –así fue con “In The Heights”— y otras veces salí de la sala o apagué el televisor con la impresión de que a esa buena película que acababa de ver le cambiaría dos o tres cosas.

Además de inútil, esta última conclusión pasa por alto que quizás las dos o tres cosas que yo cambiaría son las que más les gustaron a otros espectadores. Si en este punto el lector se pregunta qué sentido tiene entonces la crítica de cine, le diré que en los últimos 20 o 30 años yo también me he hecho esa pregunta unas cuantas veces.

La respuesta está en “In The Heights”.

La polémica que marcó el estreno –el nombre viene del barrio neoyorquino de Washington Heights, donde nació Miranda– fue si en el reparto no están bien representados los hispanos negros. Es casi tanto lo que circula en internet al respecto como lo publicado sobre la calidad de la música del propio Miranda, el guión de Quiara Alegría Hudes o las actuaciones de Anthony Ramos, Corey Hawkins, Leslie Grace, Melissa Barrera y Olga Merediz en los papeles protagónicos, con Jimmy Smits en un personaje relevante.

“Tratando de pintar un mosaico de nuestra comunidad, nos quedamos cortos”, escribió Miranda en su cuenta de Twitter. “De veras lo siento. Estoy aprendiendo de las reacciones, les agradezco que traigan esto a colación, y estoy escuchando (…) Prometo hacerlo mejor en mis proyectos futuros”.

Ese mea culpa es un acto de modestia que deja ver, entre otras cosas, la calidad humana de Miranda. Pero en términos prácticos, en el estricto sentido de lo que puede esperarse cuando una obra gana vida propia y sale al ruedo, fue el actor Anthony Ramos quien dio en el clavo. Después de comentar que a él la polémica le parecía una nueva oportunidad para escuchar al público y de aprender con sus opiniones, dijo que el asunto no merecía debatirse.

“La gente ha hablado, no hay un debate al respecto”, declaró Ramos entrevistado por la agencia Associated Press. “Así es como me siento en cuanto al debate, siento que no hay debate (…). No hay nada que debatir”.

PESO Y CONTRAPESO

Hay dos o tres cosas estupendas en “In The Heights”, y la primera es la música del propio Miranda –canciones como “Tell Me Something I Don’t Know”, Dime algo que yo no sepa–, seguida de las coreografías en las escenas callejeras. Chu, el director, tiene en su filmografía dos películas con conciertos del cantante Justin Bieber, y en otras como “Step Up 2: the Streets” la verdadera protagonista es una estilizada danza urbana que puede adivinarse aquí como antecedente fructífero.

Chu aprovecha muy bien los recursos contemporáneos del cine para enriquecer la fotografía, y la animación computarizada juega un papel activo en las secuencias más dinámicas. Por ejemplo, cuando el personaje de Vanessa (Melissa Barrera) corre por el barrio y de los edificios circundantes caen pliegos de tela que colorean sus ambiciones; los planos de la pareja que inicia un dialogo en el balcón y termina bailando en la fachada del edificio, y también cuando el protagonista, Usnavi (Anthony Ramos), camina con sus amigos por la calle y sus palabras se transforman en dibujos volátiles. Otras veces el director juega a sorprender con lo inaudito, como cuando los maniquíes voltean la cabeza al ‘escuchar’ una confesión importante.

Pero lo que un montaje teatral agradece (digamos: la exuberancia del baile como factor de identidad de los vecinos del barrio) puede convertirse en una trampa a la hora de darle vida en pantalla, y si al riesgo de esa traducción se suma la inquietud política, el peligro aumenta.

A veces sale demasiado a flote el “compromiso” social de los autores, y el esfuerzo de vindicar a toda costa las personas que sirvieron de inspiración termina quitándole verosimilitud a los personajes. Aquí cito lo que dijo la propia guionista al explicarle a la revista Variety por qué incluyó el tema de DACA en la historia: “Estas cosas afectan nuestra comunidad en términos políticos, emocionales y espirituales”. Semejante reflexión es propia de una tribuna, no de un musical como este. Y los diálogos son extraordinariamente importantes en ese sentido. Ante un parlamento como el de la Abuela Claudia (Olga Merediz) al decir “I took care of my community!” (¡Yo me ocupé de mi comunidad!), el espectador pierde contacto con la espontaneidad del personaje bajo el peso del discurso.

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