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DANCE NOW! MIAMI: MITOS, INTIMIDAD Y EXPLORACIÓN CORPORAL

Written By Guillermo Perez
May 19, 2023 at 9:45 AM

David Jewett (Ícaro) y Anthony Velázquez (Dédalo), en “The Relativity of Icarus”, coreografía de Gerald Arpino / The Gerald Arpino Foundation. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Lo de ayer puede volver hoy como si fuera nuevo, sobre todo si en un principio se nutrió de lo perenne. Ese es el caso de “The Relativity of Icarus (La relatividad de Ícaro)”, un ballet con poder mitológico que debutó hace cerca de cincuenta años y estuvo en peligro de desaparecer. Su cuidadoso montaje—gracias a la investigación de Cameron Basden y a los que recrearon el vestuario (Haydée y María Morales) y la escenografía (Bruce Brown)—se destacó el sábado pasado en el Aventura Arts & Cultural Center en un programa de Dance NOW! Miami (DNM), una compañía de danza contemporánea muy atenta a lo que le aporta la historia a su arte.

En “The Relativity of Icarus” el coreógrafo Gerald Arpino se inspiró en el mito del joven que vuela demasiado cerca del sol y al destruir así las alas que le confeccionó su padre se ahoga en el mar. Eso le da dimensión a una obra que en su momento causó polémica por sus matices sexuales. Ahora, al celebrar el centenario del natalicio de su creador, podemos valorar el ballet desde un punto de vista más abierto.

Lo que vemos en el escenario—en parte sobre una plataforma inclinada hacia el público y con espejos fragmentados, hacia atrás, que parecen alas—es un ejercicio de acrobacia entre dos hombres, uno apoyado contra el otro, casi desnudos (Ícaro, un efebo inquieto, interpretado por David Jewett, y su ingenioso pero dominante padre Dédalo, convertido tanto en refugio como en trampa de piernas, pecho y brazos por el musculoso y más maduro Anthony Velázquez).

David Jewett (Ícaro), Anthony Velázquez (Dédalo) y Julia Fortin (el Sol), en “The Relativity of Icarus”, coreografía de Gerald Arpino / The Gerald Arpino Foundation. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Julia Fortin los acompaña con un baile en puntas. Altiva y con fluidez, esta bailarina representa el sol y a veces bate el aire con unas cintas larguísimas como si fueran rayos solares, haciéndonos recordar los recursos mágicos de las hadas en tantos ballets. Cuando arrastra una soga—la serpiente no en el paraíso sino en este laberinto de pasiones—presagia un final fatídico.

La coreografía pasa por etapas entre los protagonistas masculinos que van desde el respaldo hasta el acoso. Pero su antagonismo se agudiza de manera diferente al mito original—Ícaro aquí se rebela y estrangula a su padre con la soga—y ellos demuestran momentos que abordan la lujuria. Y de ahí salió la controversia en el debut de la obra.

¿Querría Arpino solo presentar una atracción homoerótica en el disfraz de la antigua leyenda?

David Jewett (Ícaro) y Anthony Velázquez (Dédalo) en “The Relativity of Icarus”, coreografía de Gerald Arpino / The Gerald Arpino Foundation. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Al preocuparse tanto por esa pregunta, con actitud agria, la crítica de la época demostraba su homofobia. Hoy se habla mucho del racismo implícito y aquí aplíquese el concepto a los prejuicios sexuales, dado ese malestar de algunos espectadores por la intimidad física entre hombres. Quizá la pregunta más acertada sería si aquéllos también rechazarían la desnudez sugestiva, pero heteronormativa, presente en tantas escenas mitológicas, a veces espeluznantes, en las artes visuales.

Los mitos están ahí para interpretarse de maneras diferentes—la relatividad en el título de Arpino. Para los griegos, Ícaro representaba el síndrome de hubris, una arrogancia trágica; para los cristianos del medievo, el pecado de desafiar al Padre; y desde el Romanticismo hasta el presente, esta figura—con frecuencia equivalente al artista—se admira por su tesón sin límites. Ese mensaje lo declara la soprano que, entre susurros y alaridos, interpreta la música de Gerhard Samuel con texto de Jack Larson: “As it was with Icarus, soar to the sun…” (Como en el caso de Ícaro, remonta hacia el sol . . .)”.

Déjese entonces que Arpino nos traiga su versión de la leyenda y disfrutemosla por su notable impacto escénico: primero con el centelleo de la iluminación sobre bellos cuerpos reflejados en los espejos; después en el atletismo y la sensualidad de los intérpretes; y al final en el impacto de un patricidio sobre el cual preside la mujer sol. Qué tal si esa será una sentencia ambientalista, para nosotros tan contemporánea, enfatizando que la madre naturaleza se impone sobre cualquier afán humano. No es que en todo esto se descubra una obra maestra pero sí un importante eslabón, casi perdido, entre la sensibilidad artística de hoy y la de Arpino. Merece verse de nuevo.

Los bailarines de Dance NOW! Miami, con Allyn Ginns Ayers al frente, en “Tribe”, coreografía de Diego Salterini. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Las otras obras del programa demostraron un deseo por conocer mejor al prójimo. En “Tribe”, del co-director de DNM Diego Salterini, la tribu titular no es específica. Pero al cruzar el escenario constantemente, empujados por la música pulsante de Federico Bonacossa, los bailarines van definiendo a individuos—algunos integrados al grupo, otros como fuera del juego.

Entre la convivencia, marcada por gestos de apoyo, y el desasosiego, con acercamientos como temerosos, aparece Allyn Ginns Ayers. Ella es una intérprete de físico compacto pero de proyección extensiva. Tan sociable como introspectiva, su personaje traía gran energía, lo mismo en pasos rápidos como al posarse en el suelo, buscando entre sus movimientos el perfil más genuino. En ese estudio de la identidad la pieza resulta dinámica y bien sentida.

Sentado en un salón de espera, el lánguido Austin Duclos se estremece con un poema de Emily Dickinson en “Gli Altri/The Others”, estreno mundial con coreografía de Hannah Baumgarten y Diego Salterini. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

“Gli Altri/The Others”, un estreno de Salterini y su co-directora Hannah Baumgarten, evoca a través de la danza-teatro un tránsito humano más concreto—el de aquellos otros que nos dejan breves impresiones para que sus historias florezcan en nuestra imaginación.

Aquí se presenta una terminal de trenes que pulula con viajeros. Cada uno, cada grupo, sugiere un mundo—y esos planetas giran por el sendero musical de Davidson Jaconello. Su collage sonoro, una comisión especial de la compañía, incluye textos, alborotos circundantes, y varias citas musicales—vivarachas o conmovientes—de las partituras para el cine, sobre todo el de Federico Fellini, compuestas por el sinigual Nino Rota.

Julia Fortin y Allyn Ginns Ayers en “Gli Altri/The Others”, estreno mundial con coreografía de Hannah Baumgarten y Diego Salterini. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Así vemos a los solitarios, hundidos en sus pensamientos. Sentado en un salón de espera, el lánguido Austin Duclos se estremece con un poema de Emily Dickinson (“I’m nobody/Who are you? [No soy nadie/¿Quién eres tú?]”), ofreciéndonos un retrato del enajenamiento. Una comitiva de jovenzuelos—esta sería la tribu de los mochileros—se muestra juguetona. Y un trío de figuras que retan las definiciones de género—son hombres con atuendos femeninos (aquí el vestuario también es de las hermanas Morales)—introducen el tipo de inconformismo tan animado que a veces llamamos fellinesco.

En esta procesión resaltan los encuentros cariñosos de dos chicos—Jewett y David Harris—y, aparte, dos chicas—Ayers y Fortin. Las tiernas exploraciones corporales de éstas, valiéndose de un tema de amor de Rota, sugieren que su compromiso irá mucho más lejos de este punto de paso.

Rafael Ruíz Del Vizo en el personaje del desamparado de “Gli Altri/The Others”, estreno mundial con coreografía de Hannah Baumgarten y Diego Salterini. Fotografía: Simon Soong (cortesía de DNM)

Tal inclusividad—un mérito de la obra—se refleja también en el personaje de un desamparado (Rafael Ruíz Del Vizo), marginado bajo sospecha de malas intenciones, pero que al final se revela como un agente de armonía al conducir a todos los otros en un coro unido en su gestualidad. No será un ángel pero en su alegría celestial nos deja, ya apagado el escenario, con luz en el espíritu.

 

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